Actualmente, México es uno de los pocos países en donde organizamos fiestas para celebrar y ofrendar a la muerte y nuestros difuntos, se puede decir que tenemos una visión compleja de este acontecimiento natural.
Aunque la celebración y elementos que conforman las conmemoraciones del 1 y 2 de noviembre no son netamente mexicana (pues es una combinación del catolicismo y los rituales mexicas a la muerte, tema para otro blog), podemos encontrar sus orígenes en la época prehispánica, el día de hoy te vamos a platicar un poco más del significado de la muerte en el México prehispánico.
Hoy en día es algo difícil de imaginar, pues a pesar de dedicar una celebración exclusiva para la catrina, el enfrentar la muerte de un ser querido es algo sumamente doloroso, sin embargo entre las culturas prehispánicas la muerte no era algo que temer, simplemente era parte de un ciclo de regeneración, incluso existían casos en que la muerte de una persona era motivo de orgullo y jolgorio en el pueblo y para el mismo difunto (en el caso de los guerreros o quienes se ofrecían en sacrificio para los dioses).
Como lo mencionamos en el blog anterior (El viaje al Mictlán), a diferencia de las creencias actuales que nos dicen que dependiendo de la forma en que vivimos iremos al cielo, al infierno o al purgatorio, las creencias mexicas indicaban que las circunstancias de tu muerte establecían el lugar a donde irías depués de morir. Son cuatro posibles mundos o “más allá” a los que el difunto iría para buscar el descanso de su alma y además, dependiendo del lugar, sería la celebración (pues cada lugar tiene su propio Dios) y ritos funerarios.
Conocimos un poco más de este mundo en El viaje a Mictlán, es el espacio al que iban la mayoría de los muertos, pues era el lugar destinado para las personas que morían por causas naturales o una enfermedad común, para completar el descenso, el difunto, debía completar una travesía de 4 años con nueve pruebas llenas de obstáculos, en el viaje era fundamental la ayuda de Xólotl, el divino perro bermejo.
Cuando una persona estaba destinada a ir al Mictlán, en su sepultura incluían, además de los restos humanos, un lugar especial para ofrendas y artículos que ayudarían al difunto en su viaje y atravesar los obstáculos que le esperaban. También sacrificaban a un xoloitzcuintle color bermejo para que lo ayudara a cruzar el río Chicunahuapan, el primer obstáculo de la travesía.
El xoloitzcuintle, ya en el “más allá”, elegiría si la persona era digna de recibir su ayuda, tomando en cuenta cómo se habría portado en vida con los animales.
A este mundo iban los ahogados, muertos en tormenta por un rayo o por enfermedades de la piel como lepra, sarna, bubas o cualquier enfermedad relacionada con líquidos. Este lugar se caracterizaba por estar lleno de agua, vegetación, humedad y lluvia, el escenario siempre era verde y con abundantes alimentos, similar a un paraíso terrenal.
Aquellos que morían ahogados no eran incinerados, solo enterrados pues los sacerdotes mexicas consideraban que sus cuerpos al ser tocados por los Tlaloques requerían un tratamiento especial.
Conocido también como Tonatiuichan, es el hogar de Huitzilopochtli (Dios de la guerra), a este recinto llegaban los guerreros caídos en batalla y las mujeres que morían en el parto, pues se consideraban que su valor estaba a la altura de un guerrero muerto al “filo de la obsidiana”.
Era un mundo de gozo permanente, una extensa llanura soleada, aún más hermoso que Tlalocan, se festejaba al sol y se le acompañaba con música, cantos y bailes. Los y las guerreras habitaban el sitio por cuatro años, después regresaban a la tierra convertidos en aves de hermosas plumas multicolores, el huitzil (colibrí).
Este mundo estaba reservado para los niños que morían siendo muy pequeños, incapaces de valerse por sí mismos o que eran de cama. Esta lugar estaba lleno de árboles nodrizas, que tenían como fruto cientos de senos maternos de los que brotaba leche. Aquí los pequeños difuntos se alimentaban y se fortalecían para regresar al mundo terrenal y tener una segunda oportunidad.
“El día que la humanidad se haya extinguido a causa del final del quinto sol, serán ellos quienes pueblen nuevamente este mundo”.
Además de los rituales que se realizaban cuando alguien moría, había dos tipos de celebraciones para los difuntos, unas eran fijas en los meses noveno, décimo y décimo cuarto, marcadas en el calendario azteca o Piedra del Sol, y las otras se llevaban a cabo en los aniversarios del fallecimiento.
Las familias hacían vigilia solemne, horneando golosinas en recuerdo de sus difuntos, que al día siguiente colocaban sobre las tumbas. Los hombres nobles con las mujeres bailaban juntamente, asidos de las manos y abrazados unos con los otros, paso a paso, al son de los que tañían y cantaban. Esta es la celebración más parecida a la que actualmente realizmos.
Se realizaba una gran ceremonia en conmemoración de los muertos en la cual se talaba y velaba un gran árbol apodado «sostén del cielo», que luego era erguido en medio de la plaza.
Las flechas se ataban en mazos y una parte de ellas se quemaba en honor a Mixcoatl, Vía Láctea. Por espacio de cinco días se sangraban las orejas y untaban la sangre por las sienes. Y a los que no se sangraban, les tomaban las mantas en pena.
¿Conocías la forma en que se celebraba la muerte entre las comunidades antes de la conquista? Coméntanos en Facebook. Si te gustó este artículo ¡compártelo!